12 de mayo de 2021

Nadie parece sorprenderse cuando un director de orquesta anciano con un imperceptible movimiento de cabeza hace surgir de su instrumento humano/musical un sonido profundo y envolvente.
En cambio nadie aceptaría con tanta facilidad-por presión social o avergonzándose por el otro- ver a un director octogenario dar saltitos sobre el escenario para traducir una frase alegre o punzante. (En el caso de que aun pudiera saltar)
Pero aceptamos y aplaudimos en un joven (y aun en un niño!!!) que afronte contenidos musicales profundos con una actitud adulta que no siempre condice con su edad cronológica.

Si estamos de acuerdo en que debe haber una profunda relación entre el contenido musical de lo que transmite un instrumentista y la «coreografía instrumental» con que lo expone llegaremos muy pronto a que aquel irrefrenable impulso juvenil e infantil que hacía que el movimiento gozoso impregnase nuestra vida de entonces debe estar necesariamente presente en la ejecución de obras que transmitan sobre todo contenidos de diversión y buen humor.

Si admiramos en un anciano la actitud reflexiva y quizás parca para transmitir por ejemplo un adagio de Brahms o Bruckner deberíamos esperar de un joven una actitud joven ante un contenido igualmente joven.

Si el movimiento sereno y ensimismado es consecuencia y reflejo de toda la existencia también la impaciencia y alegría de vivir que acompaña al continuo descubrimiento de la vida es parte esencial de una interpretación juvenil.
El movimiento joven es inseparable del contenido musical joven y por lo general una guia infalible para la interpretación.

Con diferente grado de erudición intuición o fanatismo todos aceptamos que Mozart fue un genio. Un genio niño un genio joven un joven genio adulto. Sus inigualables conciertos para Violin los escribió antes de cumplir 18 años.
No he sentido a ningun violinista de más de 40 anhos (aun a los aceptados comunmente como «grandes») acercarse a la frescura de una interpretación mozartiana de un joven muy joven de esa misma obra. Aunque su nivel instrumental no sea el más acabado.

Surge así la idea de que sería posible y deseable en la adultez recuperar mediante el juego y el movimiento la actitud general que nos fue limada por los años. Para poder acercarnos a una interpretación más cercana a la esencia de la obra tanto en lo estrictamente mecánico como en lo musical. (Dos cosas que son muchas veces la misma y deben confluir hacia un solo resultado). La rigidez física –reflejo de la rigidez conceptual- el gesto adusto el seño fruncido la actitud dramática la sacrosanta seriedad que nos acerca generalmente al aburrimiento deben ser consecuente y militantemente demolidas.

En una palabra: la preparación para una obra de caracter juvenil y/o virtuosística debe pasar hasta donde sea posible por un reencuentro con TODO nuestro cuerpo joven. O por lo menos con su recuerdo. Con su lenguaje. Y sobre todo confiando en su sabiduría en su propia lectura de los contenidos musicales.

Y recién después «¡a estudiarla !».

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