En el comentario anterior (Memorias del juego 1) nos habíamos detenido en el momento de la recuperación del deseo infantil del juego. Quizás convenga releerlo.
Es obvio que el juego infantil en todos sus niveles parte de conductas impresas genéticamente gracias a las que disponemos de un arma insustituible para conocer el mundo: el deseo irrefrenable del movimiento el experimento la aventura.
Desconozco si hay tratados que estudien los impulsos infantiles que llevan al juego. Seguramente existen. Pero seguramente también pertenecen a personas que sin excepción han dejado atrás -en algunos casos hace ya mucho tiempo- la infancia. Y recuerdan esas sensaciones más o menos vagamente como una reelaboración hecha más con la mente que con el cuerpo.
Si algo caracteriza a la mayor parte de los juegos infantiles es la repetición.
En la repetición sistemática de los movimientos RE-aparecería aquella vieja «apetencia» por el movimiento aquella necesidad de él que funde en una sola cosa causa y efecto concepto y realizaciòn deseo y realidad. E incorpora la nueva sabiduría para siempre.
Posiblemente aquí radica la importancia de la repeticiòn para la adquisición de los conocimientos. En este caso del conocimiento físico.
Generalmente entendemos el concepto de “conocimiento” como algo de la esfera intelectual.
Pero si aceptamos que hay un conocimiento fìsico es importante también recordar la naturaleza dinámica cambiante (en continuo crecimiento y transformación) de las estructuras cerebrales en que se apoya cada movimiento cada destreza. (*)
Violinìsticamente hablando: recién cuando las manos tienen «apetencia sensorial» por realizar algo (y esto implica sin excepciòn movimiento) recién cuando a partir de la repetición han adquirido ese conocimiento físico empezaremos a acercarnos a lo que buscábamos musicalmente.
(*) Patrones de desarrollo mental (PDM) según el investigador Juan Carlos Domínguez Debesse.