Al pasar muchos de estos manuscritos a veces me parecen tan elementales que, años después,  un poco me avergüenzo. Pido disculpas entonces.

Pero cierto natural ordenado (o germánico) me lleva, prolijamente, consignarlos. Para ayudar a jóvenes o muy jóvenes que quizás no hayan reparado en esto. Se va formando en nosotros a partir de numerosas exploraciones.

La actividad para llevar a cabo una acción (el impulso, el esfuerzo correcto) que arrancan en nuestra primera infancia. Primero inconscientes, luego gradualmente más conscientes.

Todo esto está sabiamente dosificado por el estímulo que da por resultado el movimiento necesario (actividad – esfuerzo)

Saltamos un metro para evitar que un automóvil nos atropelle al cruzar una calle.

Y siguiendo con ejemplos automotrices, aceleramos el paso para evitar un vehículo que se acerca. A una distancia equis. Inmediatamente evaluamos esa distancia velocidad, y hasta si quien lo maneja es joven, viejo, masculino femenino o indefinido.

Aprontamos la presión de la mano y la fuerza del brazo, para levantar un objeto que queremos mover de lugar.

Le damos (ojalá) a la pelota para que se clave en el ángulo.

En ninguno de estos ( o miles de otros casos) pensamos o localizamos conscientemente cuán rápido o con cuánta fuerza  debemos actuar.

La acción está casi siempre desencadenada en forma correcta, por las situaciones descriptas. Y que generalmente se poyan en la experiencia.

Pensemos si aquí no estará uno de los secretos de tantísimos movimientos que efectuamos (o intentamos efectuar) sobre el violín. Y que doctamente llamamos “motivación”.

Una vez que localizamos la meta a alcanzar, tendríamos que SENTIRLA intensamente, recrearla en cada intento con cada vez más claridad, y que el movimiento necesario para alcanzar dicha meta, se genere solo. Los occidentales diríamos a veces (equivocadamente) “pensarla”.

Y en el momento de la acción, tomados todos los recaudos, INTENTEMOS NO PENSAR en la acción.