Enseñar el violín

Enseñanza | Pensando el Violín
12 de mayo de 2021

Aclaración previa: al mencionar al “alumno” estoy dando por sentado que me refiero a ambos sexos. No uso la terminología tan en boga de “alumno o alumna” salvo en pocos momentos. La considero un atentado a nuestra lengua. No se me vea como machista, que no lo soy.

No me interesa hablar sobre ejercicios (más que como alguna posible referencia), ya que hay suficientes ejercicios escritos en la historia del violín. Intento una mirada general sobre nuestro intento de ayudar a otros.

He escrito sobre tantísimos temas relacionados con mi tarea principal: la enseñanza del violín. A lo largo de varias décadas.

Pero nunca comencé a ordenar lo que pienso que podría ser una teoría sobre la forma de enseñar el instrumento.

Mucho antes de entrar en detalles, sean generales, instrumentales, sociales o los tantos temas que rodean a este fenómeno (“mi fenómeno”) querría preguntarme qué ha sido esto para mí: ¿Misión de vida, casualidad?, ¿forma de equilibrar mi presupuesto?

Nunca aprendí organizadamente a enseñar. Pero de la práctica fui sacando teorías, muchas excelentes, otras no, o justificaciones de lo que hacía: mosaico de ideas, lecturas a veces inconexas referidas al violín, o de otras áreas transportadas al violín, improvisaciones, intentos de organizar los materiales  muchas veces  sin éxito, etc. (Un gran “etcétera”).

Pocos comentarios sobre la enseñanza del violín, dedican suficientemente a los espacios vistos como irracionales. Cuando el violín es, en cierto modo, el reino de lo irracional. Bueno, llamémoslo “intuitivo” para que nadie se asuste. Los estudios son o intentan ser, (y me he adherido a ellos)  el colmo de lo racional. Pienso que detrás está el miedo de los que afrontamos el violín, a toparnos con terrenos que no conocemos, que nos superan, y tratamos de atar esa cosa inatable, en las sólidas ataduras de lo racional. Pero lo irracional gana: es más poderoso. Nadie me puede explicar completamente los entramados de la emoción. Y trabajamos toda la vida con emociones. Los disfrazamos con análisis, percursos armónicos, explicaciones neurobiológicas y hasta espiritualidad y ascensión a ciertos Si bien las leyes (aún no del todo conocidas) del mundo que conocemos y los que apenas vislumbramos, tienen un orfen superior que ratamos de descifrar. Pero el aspecto que conocemos, y cada vez más en 2021, es un colosal desorden. ¿Cómo evadirse de esto en nuestras más que modestísimas clases de violín ? Resumo: tengamos o intentemos tener al enseñar, un orden estricto, pero presentémoslo como desorden.

A veces pienso que la intuición (tan difícil de definir) pueda ser una puerta para esto..

Y felizmente esta intuición aflora –cuando quiere– en forma de desorden.

No obstante y partiendo de este desorden, debo reconocer que he tenido muchos éxitos,  y mi natural visto por otros como ordenado, o germánico o casi autista, me impulsa a intentar ordenarme a esta altura de la vida. Esta misión de vida que no me impuse sino que se me impuso. La realidad me llevó, y nadando en ese río revuelto y llevado por él, pataleé he hice brazadas sin querer intentar cambiar su fluir, pero adaptándome a su corriente.

Sospecho que la mayor parte de los que ayudamos a otros (algunos le llaman pomposamente “enseñar”), transitan este camino. De allí surge mi convicción, centrada en  mi experiencia, de que el quehacer impuesto por las circunstancias o quizás la genética, superan al estudio sistemático  de lo que se conoce como la pedagogía de la enseñanza. Creo firmemente que venimos al mundo dotados de esa necesidad de trasmitir a otros lo mucho o poco que sabemos. Y sencillamente sin esa trasmisión, a veces desordenada, que no surgió de aulas universitarias, el mundo no habría existido.

La capacidad de transmitir, de acompañar a otros en un camino que lo acerque a la vida que ha elegido se hereda, y se aprende en la teoría (poco) o en la práctica (mucho más). La práctica nos plantea siempre problemas impensados, y apela a nuestro conocimiento previo, tanto como a nuestra capacidad de improvisar.

 A veces este concepto puede llegar a ser traicionero, si intentamos aplicarlo mecánicamente a otras personas. Que tienen muchas veces estructuras personales totalmente diferentes y que sin darnos cuenta, intentamos hacer parecer a las nuestras. Y aquí surge una de las primeras leyes de la enseñanza:

 el respeto por el otro: el tratar de entender al otro, y acompañarlo en su desarrollo sea este bueno, fantástico o pésimo.

Despojarnos hasta donde sea posible de la rutina en la que inevitablemente  caemos al ejercer una actividad por años. Es imposible, por cansancio, por hastío, por mil otras razones, no caer en repeticiones que muchas veces no se adaptan a la persona que tenemos delante y que pretendemos acompañar. Y de aquí, de a poco, surgen algunas ideas rectoras de ese proceso que llamamos enseñanza.

Antes de enseñar y transmitir contenidos, por buenos que estos sean, observar, escudriñar al otro, y tratar de ver con la mayor celeridad posible, quién es.

Esto es un proceso que es deseable se lleve a cabo lo más pronto posible. Sin embargo la experiencia nos dice, que a veces pasan años antes de que se comprenda cabalmente al otro. Claro está, en esos años cambiamos nosotros, y cambian  los otros. Cambia la relación. Y quizás aquí llegamos a otro de los principios:

la adaptabilidad, (plasticidad) el aceptar que por el camino debemos posiblemente cambiar de ruta para llegar al fin que nos habíamos propuesto.

Y es posible que aquí surja otra pregunta: ¿es posible plantearse una meta desde el principio? (una meta  que debe planearse, por lo menos entre dos).

También es probable que aquí encontremos la separación de caminos entre los que enseñamos de una forma y los que lo hacen de otra. Por ejemplo: la búsqueda del llamado “Talento” dejando por el camino a los que suponemos que no lo tienen.

Algunas escuelas con un inocultable tufillo autoritario, ayudan sólo a aquellos que poseen lo que dichas escuelas denominan  talento. Otras, por el contrario, dicen que esto no existe y que todos somos capaces de –por lo menos ya que es nuestro tema—llegar a ser un buen violinista.

Pienso que sin estar equivocadas ambas posturas son reductoras, y aceptar que una razonable combinación o aceptación de dichas verdades, puede hacer llegar el éxito y la satisfacción a los que transitamos este camino: maestro/alumno  o acompañante/acompañado dupla indivisible que buscan la satisfacción y la realización de ambos.

El no reconocer que la realización del “acompañado” entraña igual sensación de triunfo en el maestro, es desconocer la esencia de nuestra profesión. Aceptémoslo.

Si comenzamos nuestra labor sin lograr establecer lo que algunas escuelas musicoterapéuticas llaman la “base segura”, lo más probable es que fracasemos los dos: maestro y alumno. (No olvidemos que cuando un alumno fracasa en alguna de sus etapas –examen, audición, concurso, concierto, o en toda su vida—se le compadece a él, y se olvida hacer lo mismo con su maestro.

Llamamos base segura (otros la llaman empatía, etc.) a alcanzar una relación óptima de confianza y sinceridad entre las dos partes.

Sin esto la empresa, con variantes, está condenada al fracaso. Y por fracaso entiendo, que el considerado alumno llegue a tocar con eficiencia, pero sin que su vida sea enriquecida por la maravilla que tenemos entre las manos. Nótese que ni he hablado ni probablemente hablaré de ejercicio alguno, para mí último eslabón en la cadena de la enseñanza.

Resumamos porque hay mucho camino por andar:

. Respeto (comprensión) total por el alumno.

. Observar profundamente y entender quién es el alumno.

. Es probable que esto se cruza con la metáfora: llevar al otro a través de comparaciones por vulgares que estas sean, a terrenos por él conocidos. La clase en cierto sentido, se transforma en un “espacio metafórico”

. Adaptabilidad: es muy posible que en camino haya cambios de todo tipo.

Este concepto arranca de la plasticidad neuronal, algo que debemos sugerir lo antes posible al alumno.

. Triunfo o fracaso del alumno, lo son en idéntico grado para el maestro.

. Sinceridad absoluta en lo que se dice y hace: de allí surge la confianza.

El maestro debe aceptar desde el principio, que ignora muchísimas cosas. Cuantas más sepa, mejor. Pero la proporción entre lo que desconoce y lo que sabe es abrumadoramente mayor en ese orden. Y esto no se debe jamás ocultar al alumno. Es observable que a veces no es necesario decir nada en una clase. La sola presencia, si está apoyada en lo que hablamos, a veces es suficiente para definir la clase. Ésta está en el alumno y en su confianza.

Yendo cada vez más a lo concreto mencionaría algunos temas para mí cruciales. Más adelante hablaremos posiblemente de ciertas características “técnicas” como muchas veces en forma equivocada se las designa.

La forma de enseñar a un/a estudiante de 7 años, difiere totalmente no sólo de otro de 18 o 45, sino de una  de apenas pocos años más. Ignorar esto en 2021 es imperdonable. Los conocimientos actuales nos indican que el cambio en ciertas estructuras cerebrales, diferencian absolutamente a niños de 6 con otros de 11.

De aquí podemos inferir que es posible (y a veces deseable) que el enseñante se especialice en ciertas etapa del desarrollo del estudiante. No es lo mismo dedicarse a un principiante infantil, que a un alumno que está preparando su entrada a una orquesta o preparando un concurso internacional. No podemos abarcar todo. Y es tan importante el maestro que pone el violín en las manos por primera vez a un niño, que quien lo acompaña años después a logros importantes.

Me gusta desterrar de la clase dos palabras: “difícil” y “estudiar”. Ambas palabras –por más que son ciertas– detonan una reacción de defensa (no siempre inconsciente) que aleja al estudiante de su instrumento y muchas veces de sus logros.

O sea, en la enseñanza debe estar desterrado el concepto “miedo” que tanto mal nos hace. Conocer la complejidad para alcanzar algo hermoso, no debe jamás acompañarse del miedo.

La clase de violín debe ser un momento de juego y regocijo (sea cual sea la edad del alumno, y de lo que entiende por juego) No es casual que tanto en francés, como en inglés o alemán, el verbo jugar y tocar son idénticos.

Y el último peldaño de esta lista, antes de entrar a conceptos más cercanos a la ejecución, es lo que llamo la “NO obediencia automática”. El alumno debe desde el principio ser consciente de que su criterio, su inteligencia sus condiciones musicales, son respetables y son un gran valor para él/ella. Debemos desde el principio, contribuir a desarrollar esta sensación, y desterrar totalmente la obediencia acrítica y el desconocer la propia creatividad.

Son tantos los campos a mencionar que ordenarlos en forma progresiva me resulta imposible. Poco a poco he dejado de creer en los ordenamientos lineales, ya que las ideas surgen la mayor parte de las veces en forma aleatoria. Esto no debe confundirse con transmitir contenidos en forma desordenada, lo que nos llevaría al fracaso.

Al comenzar la labor y desde el principio, plantearse conocer al alumno (algo que a veces lleva años) y tratar de entender cuáles son sus virtudes o carencias. Esto se manifiesta desde un principio, aún cuando el alumno aún no toque una nota.

A partir de allí puede ser útil plantearse cuáles son las líneas principales o secundarias a trabajar.

Por ejemplo: es sumamente frecuente que el alumno fracase por falta de autoconfianza, o víctima de una educación autoritaria y a veces castrante. Esto, desde el punto de vista musical e instrumental se traduce por temblores de arco, crispaciones de ambas manos, presiones inadecuadas (en más o en menos) e incluso en carencias rítmicas de todo tipo de movimientos o incluso distorsiones de afinación. No conozco en varios cientso 8miles) de alumnos con que he trabajado a alguien absolutamente desprovisto de una percepción rítmica bbásica y una aproximación por lo menos gruesa a la afinación. Si estamos convencidos de esto, una de las primeras batallas está vganada. Si tenemos confianza en el desarrollo del otro, así cueste mucho, sin duda se lo transmitiremos. La transmisión no hablada de los principios que queremos desarrollar, es la llave de muchos triunfos. En resumen: respetar y jamás despreciar la ejecución del alumno, aún en el caso que ésta sea pésima.

El camino sería, en el caso de la auto-desconfianza, cargar allí todas las baterías, y con muchísima paciencia, olvidarse de los problemas mecánicos e incidir en lo otro. Por el involucramiento profundamente físico y espiritual que caracterizan a la ejecución musical (y la diferencian diametralmente del aprendizaje de otras disciplinas no corporales – incluso musicales) no reconocer esto es el camino al fracaso.

Yendo o acercándonos a la estructura de una clase, balancear desde el principio por lo menos 3 campos: lo musical, lo técnico/mecánico y lo investigativo.

. La comprensión musical y básicamente armónica de lo que se está haciendo, aún en niveles iniciales, debe ser la primera meta.

Un niño de pocos años o un  absoluto “ignorante musical” (si es que los hay, lo que dudo) siente en su cuerpo y su mente la liberación de la tensión que produce una modulación dominante/tónica.

Unido esto desde el principio a que explore su instrumento y busque en cuerdas al aire esta sensación, nos abrirá la puerta a metas infinitamente más sofisticadas. En cada estudio o ejercicio (por más que trato de evitar estas palabras) se puede lograr esta sensación. Y la más elemental cuerda al aire u oscilación de dos dedos, se convertirá así en música.

El manejo de TODO el cuerpo y no sólo de las puntas de los dedos, vendrá en segundo lugar.

Y simultáneamente (no en tercer lugar sino tan importante como esto) el desarrollo de una actitud investigativa que lleve al estudiante a buscar él mismo sus soluciones.

El implantar desde el principio ciertas ideas rectoras como ser:

. El uso de todo el cuerpo en la ejecución.

. La comprensión y uso de la respiración.

. La NO obediencia automática, es decir:

. La búsqueda de las soluciones propias y no sólo obedecidas.

La improvisación

La Naturaleza o la evolución nos dieron una de las características más fantásticas sin las que la especie humana se habría extinguido hace muchísimo: la capacidad de improvisar que –por lo menos hasta ahora—nos diferencia de algoritmos e inteligencia artificial. Estamos continuamente improvisando. Casi todos los maestros interpelados sobre si improvisan en sus clases, en general se ponen lívidos o por lo menos incómodos, y dicen que no, que ellos mismos no lo saben hacer.

Si somos conscientes de que al hablar de un tema que conocemos y nos atrae (el violín, por ejemplo) estamos improvisando continuamente y no siguiendo un guión, esto comienza a aclararse. Si además somos conscientes de nuestra capacidad de improvisar si caminamos por una calle desconocida o entre una muchedumbre apurada, el miedo a la improvisación cederá. Y no hay mejor manera de llegar a una elemental improvisación, que intentyando que un alumno lo alcance.

Esta búsqueda de una melodía o un ritmo inventado, así sean sencillísimos, nos lleva a desarrollar una actitud investigativa, que años después incidirá SIN LUGAR A DUDAS, en un fraseo personal y original.

La invención

El juego. (Jouer, to play, spielen) o sea jugar=tocar debe estar al principio en nuestro menú. Esto desemboca que una clase JAMÁS debe ser aburrida, como no lo debe ser una ejecución. Por esto no soy partidario de clases demasiado ordenadas en que el alumno sepa de antemano, cómo será cada clase.(La escala, el estudio y el epertorio concienzudamente repetido sin variantes)

Nadie juega así. Sea futbol, poker o ajedrez. El alumno-al igual que el maestro- deben llegar a la clase con una mezcla de nerviosidad (positiva), curiosidad, espectativa y viéndola como una aventura. Dejando de lado a maestros somnolientos que ven acercarse la clase como un castigo, la llegada a cada clase debe ser sentida por el maestro, como una nueva aventura. Y entonces cada clase será diferente a la otra. Y la coherencia interna, definirá la relación, y alejará la dispersión,

Si pensamos en un cortejo, en el acercamiento a una persona que nos interesa, sea cuál sea su orientación sexual, y pensamos en encontrarlo/a, y conversar con el/ella, sentiremos más claramente lo que debe suceder en una clase en la que, es inevitable decirlo, la seducción no es el último componente.

Claro, esto presupone que el maestro sepa a dónde quiere llegar aunque sea por caminos diferentes. Y esto esté férreamente presidido por la ética.

Nunca sabemos qué va a pasar. Y en el transcurso, encarado de esta forma, el encuentro no puede no tansformarse en creativo y divertido. Esta diversión varía, obviamente, con la edad y el grado de profundidad que se establezca entre maestro y alumno. O para volver a un término expresado al principio, entre “acompañante y acompañado”.

Y aquí llegaríamos al último (importante pero no el primero) componente de este enfoque:

El mal llamado componente “técnico” con que la mayoría de los estudiantes designan a lo que es meramente mecánico.

Entre otras cosas que debemos trabajar –partiendo de un concepto clarísimo de lo que queremos alcanzar mecánicamente (separar estos dos conceptos: técnico o mecánico, no significa en absoluto despreciar a este último) y teniendo claramente la forma de explicarlo, llegaremos a la realización buscada.

El maestro en este punto, debe tener claro qué es lo que quiere transmitir, y cómo alcanzarlo. Es el momento de introducir determinados conceptos, importantísimos, pero que si no van férreamente vinculados a la práctica, se transforman en palabra hueca.

Tocar el violín es una actividad eminentemente físic. Y es la sabiduría del curpo la que nos permite hacerlo. Hasta hace poco tiempo pensaba que el cerebro todo poderoso era quien definía la forma de tocar enviando sus designios inapelables a las manos obedientes.

Mucho pensar, experimentar, observar y algo leer, me llevan a cambiar en algo esta idea: es el cuerpo, el que muchas veces manda, e impone sus soluciones al ensoberbecido cerebro. Resumiendo: el violín se toca con las manos. (y con el cuerpo). Casi pasamos aquí a uno de los conceptos en los que más creo: la fusión entre lo heredado y lo adquirido. Hace unos 30 o más años, designé a un golpe de arco “brutal” pero efectísimo, que para mí es el primer acercamiento del arco en spiccato (Y NO EN NOTAS LARGAS !!!) al instrumento, como golpe de arco “cro-magnon”. Cada vez creo más en esto.

Somos herederos de lo desarrollado en miles de generaciones desde que el homo sapiens comenzó a evolucionar dotando muy poco a poco a nuestras manos de la capacidad de hacer cosas maravillosas.  La pinturas de las cuevas de Altamira, hasta donde se sabe, no fueron hechas pensando solamente en los animales, o empuñando alguna herramienta con los pies. Muchísimo después, el desarrollo de los instrumentos, en poquísimas generaciones, no más de algunas decenas, nos acercaron a Bach y a Paganini. Si somos conscientes –y desde el principio lo hacemos ver a nuestros discípulos– que lo heredado y trasladado por la evolución a los genes está archivado en una zona de nuestra memoria y nuestro cuerpo, y en cambio lo adquirido en esas poquísimas generaciones, lo vamos archivando en OTRO lugar del cerebro, estaremos llegando a una conclusión; que el vincular y adaptar esa capacidad largamente madurada y que está en el cuerpo, y cruzarla con esta nueva habilidad que vamos adquiriendo en nuestra brevísima vida (2, 3 generaciones?) y se afinca en otro espacio, se llama aprender a tocar el violín. Y, como si esto fuera una tarea sencilla, lo hemos  dotado de componentes emocionales , espirituales y hasta sociales.

Si logramos transmitir esto a nuestros alumnos, el camino estará despejado. Llegaremos entonces al repertorio, las escalas y los estudios, que generalmente son todos buenos. Simplemente, hay que saber mirarlos.

PD: En escritos sucesivos nos dedicaremos (no hay más remedio) a ciertas ideas destinadas al aprendizaje técnico/musical. Pero eso como vemos, viene después. Y para eso están los “Protocolos”.

Coyoacán, mayo de 2021

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