“toque como pueda” (¿SOPORTE SÍ, SOPORTE NO ?)

Pensando el Violín | Violín y cuerpo
14 de julio de 2021

Recuerdo siempre una frase del gran pedagogo croata-argentino, Ljerko Spiller, cuando pedía a los alumnos al principio de cada clase –sobre todo si los veía nerviosos: “…Toque como pueda…”                                    

La relación persona/violín, es mucho más compleja y profunda de lo que puede sugerir un enfoque sólo geométrico, mecánico o físico. Cosas, sin embargo, absolutamente ciertas.

Tuve 4 maestros que tocaban sin soporte y yo toco con él y en general enseño a usarlo. (Szilagyi, Rostal, Szeryng, Menuhin)

Entre las siempre discutidas ventajas de tocar sin soporte hay que contar con el insustituíble  contacto físico con un instrumento que es tan sensual y tiene tan poco de mecánico. Y aunque es más subjetivo que objetivo, y aunque la ropa nos separe de la caja, la transmisión de su vibración a nuestro cuerpo configura un valor indisimulable. Nos transforma (casi) en su caja de resonancia.

La idea de que tanto personalidades tan diferentes como Isaac Stern y Max Rostal sugieren  poder adaptar con giros sutiles al violín yendo al encuentro del arco en las infinitas variantes de cambios de cuerda, no es menor.

Algunos sostienen que con soporte suena mejor porque se libera totalmente la caja.  Algo por lo menos discutible, ya que el fondo del instrumento tiene una vibración mucho menor que la tapa superior. Pero, por el contrario, al tocar sin soporte, nos conectamos más al instrumento, y nos sentimos mejor: o sea, que los que sonamos mejor somos NOSOTROS.

Estamos claramente, en el reino de la subjetividad.

Resumiendo: los argumentos para tocar sin soporte son tan válidos como sus oponentes, pero lo que trato de evitar es el dogmatismo que, generalmente expresan los “antisoportistas” al negar una posibilidad o la otra.

El desarrollar desde niño la sensación de contacto,  de “agarre” del instrumento como un tercer brazo, es fundamental, ya que el cuerpo crece con él.  Y se adapta a él. No sucede así cuando ya adultos incorporamos (“incrustamos” ?) un objeto que de alguna manera nos separa del instrumento. Por más que nos haga sentir más cómodos.

No creo que haya una solución general, y sí una adaptación personal  que comienza en la niñez y que permite con o sin soporte una relación con el instrumento girando sutilmente sobre el eje de las cuerdas y manteniendo el contacto con el cuerpo.

Ejemplos de ambos modelos, hoy en día, sobran.

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